Sin techo no significa sin palabras - en el colectivo "Ni Todo Está Perdido" (NITEP) la gente que vive en las calles de Uruguay se organiza. El activista Walter Atilio Fereira explica cómo ve la crisis de la pandemia.
imagen: desde © Colectivo Ni todo está perdido (NITEP) Miembros del colectivo "Ni todo está perdido"
Sin techo no significa sin palabras - en el colectivo Ni Todo Está Perdido la gente que vive en las calles de Uruguay se organiza.
El activista Walter Atilio Fereira explica cómo ve la crisis pandémica.
En Montevideo se retoman las rutinas, la rambla que da al Río de la Plata está colmada de personas paseando o haciendo ejercicios, se retoman los cultos religiosos y a la noche los bares del Centro están colmados. Parecería que la pandemia solamente rozó a nuestro país; que el drama de la muerte vivido por gran parte de la humanidad, aquí se reduce a las veintiséis familias que perdieron a uno de sus integrantes y a unas novecientas diecinueve personas que experimentaron en su cuerpo la enfermedad. Uruguay es percibido desde adentro y afuera como ese lugar del éxito sobre la enfermedad y estos números son presentados como rúbrica del éxito.
Pero hay otras rutinas que quedan a la vista de la ciudadanía; las personas en situación de calle que han estado desde hace demasiado tiempo por fuera de toda contemplación en su carácter de ciudadanas sujetas de derecho, los trabajadores y trabajadoras informales, usuarios y usuarias de pensiones para pobres que no pueden pagar y quedan en calle, habitantes de viviendas precarias en barrios precarios, usuarios del sistema de salud pública, pacientes psiquiátricos, mujeres víctimas de violencia, migrantes. Parecería que la pandemia, aún sobrevolando (hasta ahora) a nuestra sociedad, ha dejado al desnudo las profundas inequidades prevalentes, corporalizadas en las personas que se movilizan en busca de algún refugio nocturno de un sistema ya saturado hace tiempo, en la búsqueda de alguna canasta de alimentos, en las largas filas de las ollas populares, en las emergencias de los hospitales.
En un país de tres millones de habitantes como Uruguay, rompen los ojos las casi cuatro mil personas en situación de calle y las cuatrocientas setenta mil personas en viviendas inadecuadas de los barrios periféricos e inquilinatos para pobres. Se suma a esta línea de pobreza parte de una población migrante que llegó en oleadas en los últimos cuatro años, atraídas por un país de economía estable y avances en derechos humanos que contrastan con su propia situación de hoy en la que se encuentran en situación de extrema pobreza y fragilidad de sus derechos.
La peste llega al cierre de quince años de gobiernos progresistas y a la llegada de un gobierno de corte neoliberal. En desmedro de una política sanitaria que ha funcionado relativamente bien, aparece en primer plano un Ministerio del Interior con la idea de seguridad relacionada a la salvaguarda de los “ciudadanos que pagan sus impuestos”; el nuevo gobierno con mayorías parlamentarias avanza en una regulación jurídica que les permita “retirar” a las personas que duermen a la intemperie y categorizarlas como delincuentes. En realidad, se trata de desplazarlas a lugares no tan visibles, ya que el sistema no ha generado ni políticas de vivienda social, ni refugios nuevos, ni cárceles para esos nuevos ciudadanos “en falta”.
Parecería que cualquier atisbo de solución a los problemas sociales y a los efectos adversos en la economía que va a dejar esta situación de pandemia (asociada a esta situación de neoliberalismo), no pasará por la implementación o continuidad de las políticas sociales.
Como contrapartida, aparecen en este panorama de pandemia algunas alternativas; experiencias y acciones desde la sociedad civil, grupos de ciudadanas y ciudadanos que se organizan (ollas populares, colectivos sociales, nuevas redes de transformación social) en dispositivos que podrían ir más allá de los paliativos; la Universidad pública, sindicatos obreros, federaciones de vivienda por ayuda mutua, colectivos artísticos y algunos gobiernos departamentales, se suman con vigor a una etapa en la que es necesario accionar, generar nuevos dispositivos, organizar las esperanzas y las rebeldías. Uruguay sigue siendo un país pequeño y bello donde todas las personas deberían tener el derecho a disfrutar de sus ciudades como lo hacemos quienes paseamos hoy por la rambla y colmamos los bares del Centro. Otras ciudades y países hermanos (a veces no tan pequeños, pero igualmente bellos a Uruguay) viven situaciones dramáticas con varios puntos de contacto con nuestras realidades; regionalizar las luchas y las resistencias parecerían ser cosas necesarias y en eso estamos.
Cuando haya pasado el Covid19 y esa nomenclatura sea sólo un significante gris, un mal recuerdo, dependeremos de qué tipo de organizaciones hayamos consolidado o generado en este tiempo; qué tipo de ciudades habremos preservado y qué cosas podríamos pensar en transformar en clave de derechos humanos.
Walter Atilio Ferreira es Gestor Sociocultural y Activista en Derechos Humanos y integrante del Colectivo “No Todo Está Perdido” (NITEP)
* El artículo fue publicada en la página web de la Fundación Friedrich Ebert Uruguay