Los investigadores y activistas han identificado tres tipos de discriminación: la discriminación individual, institucional y estructural o sistémica. Todas ellas son áreas importantes en las que los sindicatos deben trabajar. Debemos ser hábiles para reconocer tanto la discriminación visible como la oculta o invisible.
La discriminación individual reside en los individuos. Es una manifestación privada de las relaciones de poder de la sociedad. Algunos ejemplos son los prejuicios, la xenofobia, el racismo interiorizado, el sexismo, el clasismo y los privilegios y creencias sobre la raza, el género y la clase social que están influidos por la cultura dominante. En muchos casos los individuos aceptan las cosas tal como son y, por lo tanto, contribuyen a la injusticia social. El sexismo, el racismo y el clasismo internalizados influyen en la forma en que absorbemos los mensajes sociales sobre la injusticia y los adoptamos como creencias, sesgos y prejuicios personales. Muchas veces esto nos lleva incluso a creer en los mensajes negativos sobre nosotros mismos o nuestros colectivos. El privilegio interiorizado implica también un sentimiento de superioridad, de creer que tenemos ciertos derechos, y ciertas creencias negativas sobre otros colectivos.
La meritocracia es la idea de que se otorga poder y privilegios a quienes han trabajado arduamente por lograrlos. De este modo, la falta de poder o privilegios se atribuiría a deficiencias personales y no a las construcciones sociales e institucionales en materia de raza, clase y género, entre otras opresiones. A menudo se utiliza para culpar a las trabajadoras y los trabajadores, a las mujeres o a los pueblos racializados de la discriminación que sufren y para minimizar o negar la opresión.
La discriminación institucional se refiere a las formas en que las políticas y las prácticas de las instituciones como las escuelas, los medios de comunicación, las empresas, las organizaciones, los organismos gubernamentales e incluso los sindicatos crean resultados diferentes para los distintos colectivos en materia de educación, vivienda, en los centros de detención y en el relacionamiento con la ley, la inmigración, el empleo, la salud humana y la salud del planeta y del medio ambiente. Las políticas y las instituciones funcionan a menudo de forma silenciosa para preservar el statu quo y favorecer a los privilegiados.
La discriminación estructural o sistémica abarca todo el sistema de opresión, que está difundido y enraizado en todos los aspectos de la sociedad, incluida nuestra historia, cultura, política, economía y todo nuestro tejido social y, por tanto, se refuerza a sí misma. La discriminación estructural es la forma más profunda y omnipresente de discriminación; todas las demás formas de discriminación (como la institucional, la interpersonal, la internalizada) surgen de la discriminación estructural. La discriminación estructural es, por su propia naturaleza, una forma interna de discriminación que es muy difícil de erradicar ya que se reproduce.
Los muchos siglos de desigualdades profundamente arraigadas en nuestras sociedades hacen que las instituciones que aparentan tener políticas «universales» o «neutrales en cuanto a la raza» o «neutrales en cuanto al género» en realidad contribuyan a reproducir y a afianzar la desigualdad. Para reducir las desigualdades, necesitamos soluciones que no sean neutrales, sino que corrijan las prácticas discriminatorias históricas e institucionales del capitalismo y del colonialismo que han impedido el avance de las trabajadoras y los trabajadores.
Como miembros de los sindicatos, estamos familiarizados con la lucha contra la opresión estructural y sistémica y sabemos de su importancia. Cuando la atención pública se centra en el racismo, el sexismo u otras formas de opresión, a menudo se centra solo en los síntomas individuales (como un insulto racista o sexista por parte de un individuo) en lugar de en los sistemas estructurales que causan la opresión. Esto nos lleva a discutir, erróneamente, si un individuo es una buena o mala persona, cuando en realidad deberíamos centrarnos en los esfuerzos que debemos desplegar para corregir los problemas estructurales y colectivos generalizados.
Como sindicalistas, no podemos aprobar ni permitir los actos individuales de sexismo, racismo, homofobia o cualquier otro tipo de injusticia social. Debemos estudiar la naturaleza misma de la opresión estructural para entender por qué es tan importante acabar con los actos individuales y personales de discriminación y prejuicio, ya que estos no son eventos puntuales, sino que están vinculados a una opresión social profundamente nociva.